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Los censores y las camisas de la verdad

Por: Cristian D. Cabrera

Existe en el mundo una ola tendente a la censura previa como mecanismo de control de las ideas. No es algo nuevo, la historia nos ha reiterado episodios donde se intentan permitir la apertura de esa ventana.

En la antigua Roma existía la figura del censor, un hombre elegido por la Asamblea Centuriada, que tenía dos asignaciones exclusivas y concluyentes: realizar el censo y ser rector de la moralidad pública.

Estos censores se normaban por sus opiniones, nadie más le trazaba pautas, y sus decisiones eran inapelables. Muchos hoy buscan colocarse esas togas para dictar las conductas e inconductas de la sociedad amparado en sus ideas.

Los pretextos abundan, usan cualquier artilugio para conducir su propósito al éxito.

Dicotomía evidente, caminan por el sendero de la libertad de expresión desde donde proponen el derecho a limitar la exteriorización ajena, ajustándose a su camisa de moralidad. ¿Sería correcto admitir censura previa para que nadie pueda plantear el cierre de bocas o corte de plumas? Absolutamente no.

Quien hasta aquí ha llegado en la lectura podría entender que soy promotor de la difusión de cualquier información sin revisar su veracidad, nada más alejado de la realidad.

La vida me ha enseñado que cada quien es responsable de sus actos, de su palabra e incluso de lo que omite. Por tanto, me entiendo en condiciones de generar mis acciones y sus consecuencias.

Nadie debe ceñir sus pensamientos a una camisa de verdad, que posiblemente no se corresponda con su talla. Las consecuencias de cualquier exabrupto está en las leyes, difamación e injuria llevan por título con una estela de cientos de casos que han llegado a los tribunales.

Ni Rafael Leonidas Trujillo Molina, reconocido tirano dominicano, se atrevió a gravar con extenuantes penas las calumnias. La ley que rige es de su época, sin embargo, es más sana que las ideas sugeridas por “los demócratas”. Lo pongo entrecomillado por las dudas.

Suena mal, pero no extraño, que el propio Gobierno se plantee de forma discrecional reducir la publicidad estatal a medios que “contravengan normas esenciales de decencia”. El poder siempre ha tendido a estigmatizar lo que no es de su agrado.

No podemos sujetar a criterios particulares la definición de lo bueno y lo malo. Como ocurría con los censores que imponían su verdad como norma social.

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