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La Radiografía de un Chismoso

Por Delis Vargas.

El chismoso es un artesano de la palabra torcida, un mercader de rumores que vende verdades a medias y mentiras completas. Se alimenta del eco de realidades y conversaciones ajenas y, con la destreza de un alquimista de la discordia, transforma lo trivial en escándalo. Pero ¿qué hay en el alma de quien dedica su vida a desmenuzar la ajena?

Si miramos más de cerca, descubrimos que el chismoso no es más que un espejo roto, alguien que busca en los defectos ajenos la distracción de sus propias grietas. Su lengua es ágil, pero su corazón es pesado, cargado de envidia, inseguridad o vacío. Su necesidad de contar lo que no le pertenece nace de su propia incapacidad de vivir con plenitud su historia.

Lo irónico es que, aunque el chismoso pretenda ser un juez, en realidad es un prisionero. Vive atrapado en la necesidad de saber y contar, sin darse cuenta de que cada palabra venenosa que suelta es un hilo que lo enreda más en la telaraña de su propia miseria. Lo que dice de los demás dice más de él mismo.

Y así, mientras se deleita desmenuzando vidas ajenas, la suya propia se va desgastando. Porque la confianza que destruye en los demás nunca volverá a él. Porque quien se acostumbra a mirar la vida de los otros con malicia, termina siendo visto con la misma desconfianza.

El remedio para el chisme no es el silencio, sino la conciencia. Es preguntarse: ¿lo que voy a decir edifica o destruye? ¿Añade algo de valor al mundo o solo aviva el fuego de la discordia? Quien comprende que la lengua es un arma tan poderosa como el puñal, aprende a usarla con sabiduría.

El chismoso es, al final, alguien que grita sobre otros para no escuchar el eco de su propia soledad. Pero aquel que elige el camino de la prudencia y la empatía, en vez de un eco vacío, encontrará en su interior la voz de la paz.

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