Por Delis Vargas
El precio de la indiferencia.
El sol sigue saliendo sobre esta tierra, pero cada día ilumina un país que se nos escapa de las manos. República Dominicana, la tierra que heredamos con orgullo y que deberíamos proteger, se desmorona ante nuestros ojos mientras los más pobres cargan con un peso que no deberían llevar. La inmigración ilegal, especialmente la haitiana, no golpea a los ricos, no trastoca su paz ni altera su rutina. Son ellos, desde sus torres de privilegio, quienes sacan provecho de la desgracia ajena, mientras los de abajo sufren el verdadero costo de una crisis que parece no tener fin.
Los barrios más humildes son el campo de batalla de esta dura realidad. Calles donde la miseria se mezcla con la desesperanza, hospitales abarrotados donde los recursos escasean, escuelas colapsadas donde los niños dominicanos comparten pupitres con un sistema que no da abasto. Todo se encarece, todo se vuelve insuficiente, y quienes más sufren son los que menos tienen. No son los empresarios ni los políticos los que ven sus empleos arrebatados por una mano de obra más barata. No son los millonarios los que ven sus comunidades transformadas en zonas de inseguridad y caos. No son ellos los que tienen que acostumbrarse a la violencia, a la suciedad, al miedo de que sus hijos crezcan en un entorno que los devora sin piedad.
La politiquería barata ha convertido este problema en una bomba de tiempo. Se prefiere el discurso vacío a las soluciones reales, la demagogia a la planificación. Mientras tanto, la patria se nos va de las manos. No podemos ser ajenos a la crisis, no podemos fingir que esto no nos afecta. No es cuestión de odio ni de xenofobia, sino de orden, de dignidad, de justicia para los dominicanos que han sido relegados en su propio país.
Si seguimos permitiendo que la improvisación gobierne nuestras políticas migratorias, el precio será más alto de lo que imaginamos. Nos roban la paz, nos roban la identidad, nos roban el derecho a vivir con dignidad en nuestra propia tierra. No podemos seguir pagando con nuestro sacrificio los errores de quienes juegan con el destino de la nación. La legalización, la regulación y el control no son lujos, son una necesidad urgente. De lo contrario, nos espera un futuro donde la desesperanza será lo único que nos quede.