Azua de Compostela. – Cada vez que un fenómeno atmosférico impacta el país, la comunidad de El Rosario en Azua revive la misma tragedia: inundaciones que arrasan con todo a su paso y familias que, entre el dolor y la impotencia, ven perder una y otra vez lo poco que han construido con esfuerzo.
Lo que para muchos es una noticia pasajera, para los habitantes de esta comunidad es un cuento de nunca acabar. Casas anegadas, enseres flotando en el agua, caminos intransitables y familias enteras que deben refugiarse donde puedan, sin que aparezca una solución real y definitiva.
La deuda social en la República Dominicana con comunidades como El Rosario es inmensa y pareciera que nadie quiere saldarla. Solo en los momentos de impacto, cuando las imágenes de la tragedia recorren los medios de comunicación y las redes sociales, es cuando recordamos la vulnerabilidad de este pueblo. Luego, el silencio y el olvido vuelven a imponerse.
Cada tormenta o huracán es un recordatorio cruel de la desigualdad y el abandono histórico. El Rosario sufre, llora y resiste, pero las manos que deberían extenderse en auxilio parecen llegar siempre tarde o, peor aún, nunca llegan.
Esta es una historia triste, dolorosa y sin final, que desnuda la realidad de un pueblo que sigue clamando por soluciones reales, obras de infraestructura y atención social, mientras la naturaleza se encarga de mostrar, una y otra vez, la fragilidad en que viven cientos de familias.
El Rosario merece más que compasión momentánea: merece justicia social y respuestas concretas que pongan fin a este ciclo de sufrimiento que se repite como una maldición sobre la comunidad.
Por: Azua Trasciende